jueves, 13 de febrero de 2014

Sobre Brazos, piernas, cielo, de Isabel Bono (Baile del sol)




Ya desde el título, Brazos, piernas, cielo, hay una alusión doble, a lo anatómico y a lo elevado y espiritual. Una posición de nominar, de darle un sentido a las cosas desde lo que las nombra. Una poesía que se siente desgajada y fuera de arquetipos, que circula por lo fragmentario, y lo enumerativo. Piezas de encaje que se exponen para ser articuladas y para que quien las lea las reconstruya y una individualmente.

Ignoro si casualmente -y casi como una contradicción-, el libro comienza con un descenso, a la franqueza de una aceptación de lo mortal y lo efímero:

desde el principio lo sabes
vas a caer

la luz
el paisaje
dejan de importar


En la página 28 vuelve a incidir en ello. Su voz es un temblor fijado al detalle. Se advierte entre poemas una continuidad: un hilo de funambulista.

perdido el equilibrio
queda la tierra
bajo mis costillas

el verano era mi casa
diré antes de caer


Hay en Brazos, piernas, cielo poemas que parecen postales y textos breves dominados por la imagen, como éste, que se asemeja a un haiku:

el tiempo posa los pájaros negros
en las últimas antenas

ningún sol
es capaz de evaporarlos 


Sabe cortar. Elegir y seleccionar, reducir. Hacer pausas. Su poesía es el arte de decir y no decir. Potencial evocativo. De mencionar. De señalar. Hay en todo ello una apuesta por la elipsis, por saber, como diría Castilla del Pino, qué no leer.

Mediante un lenguaje minimalista y una serie de figuras poéticas recurrentes (pájaros, cielo) evoca sutilmente los temas más personalísimos. Isabel Bono es una lectora de sentimientos. Una amiga de la cotidianidad pasada por el diorama de la ironía, como en este verso: se acumula el trabajo de pasear más juntos y doloridos que nunca (página 21)

He advertido y subrayado algún que otro aforismo, que aprovecho para aislar y traer aquí:

entretener el miedo / se convierte en superstición

Brazos, piernas, cielo carece de aditivos. Les ha quitado todo lo que sobra. Esa esencialidad casa con su poética. Los poemas están desnudos, como descubriendo las dimensiones del cielo. La intensidad aquí se acompaña de brevedad. La poeta se ha vaciado.

Una maravillosa portada (de Luciano lozano) acompaña a la ya de por sí estupenda y pulcra edición de Baile del sol. Una mujer con forma de jaula abierta, de la que se liberan unas cometas. Todo un acierto.


Isabel bono es una poeta prolífica, franca, dinámica. Hace libros contundentes -a pesar de su aparente fragilidad- para salvar al mundo. Decía De Quincey que él tenía que saber lo que era la felicidad. Yo le contestaría que una primera lectura siempre sabe a poco.
Revista Cuaderno Ático, nº3


domingo, 26 de enero de 2014

Reseña de Las luces interiores de Karmelo Iribarren, publicada en Zurgai, Poesía indignada, 2013

Después de la segunda edición, ampliada y revisada, de su poesía completa (1985-2012) Seguro que esta historia te suena, aparece Las luces interiores, nuevamente en la editorial Renacimiento (2013), un  volumen pequeño, homogéneo y breve, algunos de cuyos textos ya estaban entre los inéditos de su poesía reunida. Coincide, además, la publicación (no sé si es sólo una casualidad o si es un pacto tácito entre ambos) con la vuelta de otro de los epígonos del género del denominado realismo sucio, Roger Wolfe, que nos trae Gran esperanza, un tiempo, también en Renacimiento.
Afortunadamente, y contra el pronóstico que él mismo hiciera, Iribarren no ha dejado de escribir. Tampoco es responsable, en ningún caso, del mito que lo envuelve. En Las luces interiores, al igual que en Atravesando la noche, Iribarren se desmarca cada vez más del realismo figurativo de sus primeras obras, para acercarse más al concepto del haiku: esto supone vaciarse, reflexionar hasta un punto de transcendencia, y condicionar la experiencia de ese instante descrito a una cota de elevación vital máxima, lo cual requiere una rápida transcripción escritural de la imagen. Recurso del que ya hicieron uso autores tan frecuentados por Iribarren, como Kerouac (Libro de Jaikus).
La expresión poética de Iribarren es, por tanto, un fogonazo existencial. Recoge al inicio del libro una cita de Manuel Machado: Lo importante / es el instante / que se va. La inmediatez del mensaje hace del sujeto autobiográfico una vivencia comunicativa. El que escribe (el hombre textual) lo hace como testigo, como observador pasivo: es alguien que selecciona estampas o secuencias de la vida conforme a los pequeños estímulos diarios. Y las atribuciones que Iribarren hace a esa personalidad literaria son, en esencia, afectivas: divagaciones o ensueños, como Pessoa cuando afirmaba: He llegado a ese punto en el que el tedio es una persona, la ficción encarnada de mi convivencia conmigo mismo.

Todo puede suceder en un poema: lo cotidiano, sí, pero también lo deslumbrante, e incluso ambas cosas a la vez, dice Iribarren en el libro Otra ciudad, otra vida. Y es toda una poética. El tono directo entrega el poema: hace extraordinario lo cotidiano. Escribe sobre el fracaso de vivir, en la frontera que separa la poesía de la anécdota. No pretende pasar por un lúcido analista de la sociedad contemporánea: no hace observaciones apocalípticas al estilo de Roger Wolfe, que antes mencionábamos. No es tópico, sí contundente. Lo que le sucede es siempre tangible y conforma una delimitación vivencial. Hay, en todo ello, un estado de felicidad puntual, una serena aceptación de la fragilidad de lo vivido.
Si bien se les achaca a sus últimos libros dados a la imprenta, una mayor tendencia melancólica, pues da la sensación de que muchos de los poemas son apuntes, anotaciones, textos sin acabar: obviamente, no es así, acogen un sentido de conjunto. La disciplina de Iribarren en el momento de escribir es la ir retirando piezas, la de ir construyendo el poema desde la desaparición del mismo: escribir como quien no lo hace, yendo hacia lo innato y lo esencial: sigue el curso de la vida misma, quita más que pone. Todo en sus poemas parece hecho de nada; su talento no necesita exhibirse. En ese levedad, en ese minimalismo, engañosamente simple y directo, Iribarren tiende la mano de la emoción. Es descarnado, práctico: el poema es casi una advertencia, o si se prefiere,  un error, como en Las puertas (“Con las entreabiertas / hay que tener mucho cuidado, / suelen ponerse irresistibles”). El papel no se escribe, o se escribe poco, pero mancha. Iribarren tiene la maestría de hacer de la anécdota banal, de la anotación de paso, su legado poético particular: un antimundo demoledor, cuyo centro de destrucción es, muchas veces, él mismo. Escribe como diría Darío de Machado: Ha escrito poco y meditado mucho. Su vida es la de un filósofo estoico. Sabe decir sus enseñanzas en frases hondas. Escéptico, desengañado, incombustible, su escritura va de manera progresiva ramificándose y haciéndose más esquemática, más pulcra, llena de sí misma, tierna  e indefectiblemente contemporánea. Cada fragmento como una embestida, casi como un golpe que no se nota hasta mucho después. Una obra congruente, un único poema, que se une a Seguro que esta historia te suena.



lunes, 13 de enero de 2014

Libro de las invitaciones, Baile del sol, 2013



Un lugar en el que nunca he escrito, Renacimiento, 2013

POE , MARGINALIA , LXVI

Escribir es rendirse a los desagües,
tratar de exponerse a lo infecto.
No recomiendo a nadie este oficio
(mi rancia biblioteca de prestado

me resarce de hacerlo malamente).
Prefiero saber más de mis maestros,
halagar los dones de unos pocos,
recibir la lección innecesaria.

Sólo regreso, a veces, de visita,
si me lo exigen las formalidades
de un contrato de excepción. Y anoto,

en un cuaderno con mis iniciales,
un poema retórico y banal,
un poema para dar las buenas noches.